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San Miguel de Tucumán

Viernes 29 de Marzo de 2024

03/03/2019

Atlético y San Martín

SUPERLIGA

San Martín, Caruso y los errores que se pagan con la condena

La esperanza y la ilusión que había generado la llegada del técnico se disiparon en la cancha cuando el equipo volvió a cometer los errores crónicos que lo dejaron más que nunca al borde del descenso.
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Matías García es la imagen del esfuerzo que no alcanza: el ídolo de San Martín dejó todo. Foto @Gachy_Cardozo


La imagen final de este sábado con olor a final es la del último hincha contra las vallas esperando que salieran los jugadores del vestuario pero sobre todo él, culpable de esta última esperanza, tildado por los enemigos de humeante, pero el único capaz de sacarte del coma por unas horas, conectándote al respirador artificial, envolviéndote en un banderazo impensado y dejando que este paciente en estado de gracia que es San Martín jugara y ganara para darle sustancia a la ilusión que esta noche ya parece irreversiblemente apagada.

Es el último hincha que queda contra las vallas el que le dice al técnico sacado de la guardia para atender esta emergencia: “Caruso, inventá algo, hacé algo para que esto no se termine”. Caruso esfuerza una sonrisa y le abre los brazos al hincha meneando la cabeza en el movimiento y gesto inconfudible que significa: “No puedo hacer nada”. Es el semblante de un hombre que debe tener el corazón de una pelota pulpo de goma para haber vivido minutos como los vividos miles de veces. La experiencia en otras situaciones críticas, sin embargo, no le han quitado al técnico el dramatismo en la cancha y una realidad que alguien tenía que decir: “Las posibilidades son casi nulas”.

Es el mismo técnico que antes de conocer a los jugadores había dicho que nunca hubiera asumido si se tuviera confianza. Es el mismo que advirtió después de conocerlos que están mal, muy mal, golpeados, muy golpeados, que iba a intentar levantarles el ánimo, que iba a trabajar estos días hasta que se hiciera de noche, aún cuando ni siquiera prendieran las luces del estadio para el banderazo, pero que no iba a hacer mucho más en tres prácticas y en las horas de charla con los referentes. Hoy, Caruso necesitaba el triunfo para descansar el domingo y volver el lunes más motivado que nunca de cara al partido contra Huracán, pero en lugar de eso va a encontrarse con el silencio del vestuario, el mismo que acompañó a los jugadores consumada la derrota de esta noche ante Lanús.

Los dirigentes pueden traer a Magoya, contratar a oradores motivacionales, invitar a un pastor brasileño, tirar agua bendita en la cancha o achicar la cancha como hizo Caruso, pero son 21 partidos en los cuales los jugadores de San Martín, con todo lo que duele la realidad, nunca han estado como equipo a la altura de las circunstancias: tres triunfos nada más es muy poco, poquísimo para cualquiera que sueñe con mantenerse en Primera. La dimensión de esos triunfos ha hecho creer a veces que fueron más que tres, pero han sido solamente tres. El último, de hecho, fue hace tres meses, en el Monumental, y hasta La Voz del Estadio hizo un juego de palabras con la fecha 2 de marzo, día 2 del mes 3, pero aquí lo importante es que Penel, el árbitro que terminó abrazado por el arquero de Lanús, dio el pitazo inicial.

La mano de Caruso en el equipo se vio en la formación: puso lo mejor que tuvo salvo por Oliver Benítez. Se equivocó en dejar a Maxi Martínez en el banco y en relegar demasiado a Tino Costa detrás de Arregui y el invento que usó para jugar en el último intento de demostrar que está comprometido con la causa, pero al que las dos fechas que no pudo jugar le pasaron factura. Alrededor del volante, Droopy Gómez se perdía en sus intentos, Matías García no se encontraba a sí mismo y aún con tantos jugadores de buen pie en cancha no había fútbol en Ciudadela y cuando aparecían las sociedades o Petryk se proyectaba ni el mejor Ramiro Costa ni el peor Claudio Bieler se entendían. Ramiro Costa nunca vio a Bieler solo y pateó a las manos del arquero. Taca lo tuvo de nuevo pero siempre jugó a destiempo como todo el partido. 

La noche para el olvido de los atacantes de San Martín se profundizó cuando entró Gonzalo Rodríguez por el lesionado Ramiro Costa: Caruso le dice Turbo a Gonzalo, confió en él, creyó en él, se la jugó por él, Gonzalo entró con ganas de llevarse puesto el mundo, pero lo hizo con la misma ceguera que los delanteros, como si la pelota quemara, le saliera humo, le obnubilara la vista, le encegueciera la razón, el pensamiento, la lucidez para definir con el arco vacío, para sacarse la rabia de todo lo vivido, para dejar de pegarle mordida, para dejar de cabecear como Bieler un rosquete a las manos del impresentable arquero que tiene Lanús.

Sólo los jugadores (y ahora Caruso) saben lo que habrán hablado durante el entretiempo para salir a jugar como una tromba el complemento: los últimos 45 minutos de la ilusión de darlo vuelta y mantener la esperanza que se apagaba con ese cabezazo de Taca, que volvía a encenderse con el mejor Matías García, único, heroico, glorioso, memorable contra todos por la banda izquierda que le negaba el notable de Coyette, desbordando como lo había hecho contra Racing en el segundo gol de Bieler, pero ahora el final es otro: en el arco de los milagros, detrás de ese alambrado que ha visto a Agudiak, a Galeano, que ha visto lo imposible hacerse realidad, hoy no: Gonzalo se nubla, Bieler no llega y la pelota de Matías García recorre en cámara lenta toda la línea del arco y se va, llevándose mientras rueda algo más que el gol que no fue, la certeza de que no es la noche y la certeza de que Caco hoy se ha terminado de consagrar como ídolo porque es la imagen que otros no pueden transmitir: el que lo ha dejado absolutamente todo y eso no se olvida.

Con las luces apagadas de los delanteros, el único jugador regular de todo el torneo que se llama Lucas Acevedo era el que podía poner el empate, un empate que tanto había costado conseguir para repetir viejos errores como contra Godoy Cruz, errores de amateurs, de principiantes, de niños que juegan en el parque Avellaneda, y que al minuto de sacarte toda la mufa en el grito de gol, al minuto, unos segundos después te muevan la pelota de aquí para allá, Carranza se quede corto con el despeje y gol de Lanús para el 2 a 1 que ya no se iba a modificar, que nada ni nadie iban a poder modificar, un final desolador como el destino casi sellado de San Martín y todos sus errores cometidos durante este tiempo en Primera.


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